Con la colaboración de asociación sinkro para la producción instalación. arte electrónico . robótica . autoorganización y cinética
1. Introducción
El espíritu de esta instalación radica en mi interés por la organización espontánea y la aparición de fenómenos emergentes complejos. Ello acostumbra a ocurrir en colectividades integradas por estructuras individuales de características funcionales idénticas y elementales que se distribuyen en red. En virtud de ello, así como de las características propias de los materiales que integran sus elementos, esas colectividades pueden presentar propiedades estéticas. Ese es el punto de partida desde el que en los años novena me adentré en el dominio del movimiento robótico. Fue con la lectura apasionada de las experiencias en psicología sintética que el profesor Valentino Braitenberg pormenoriza en su libro Véhicles. Inspirado en esas contribuciones seminales, trabajo con autofóvoros, unos dispositivos electrónico-mecánicos dotados de fototaxia positiva, la habilidad de dirigirse por sus propios medios hacia las fuentes de luz más brillantes de su entorno. Yo diría, sin embargo, que, más que dotados, los imagino achacados de ella, porque, si bien se trata de su propiedad fundamental, también es su mayor defecto : serían capaces de destruirse a si mismos en la a menudo peligrosa empresa de alcanzar la luz que tanto parecen ansiar. Siguen gradientes de luz, tal vez como el pensamiento que Ludwig Wittgenstein imaginaba "trabajándose" hacia ella. En la inexorable búsqueda del objeto de su deseo, tienden a desplazar o sortear cualquier obstáculo que se les interponga en el camino. Por eso, cuando en un medio con una concentración puntual de luz, se ponen en funcionamiento varios autofotóvoros, al llegar a la proximidad del foco de atención, compiten. Si sus patas se enredan con cables o con las patas de otro, su circuitería se encarga de deshacer el entuerto. La instalación está integrada por 21 robots, de manera que, en presencia de alguna fuente de luz, se organizan colectivamente a su alrededor. En ese proceso, se encuentran con sus iguales y se relacionan. Se crean así conflictos, de ésos que Luigi Nono gustaba identificar como los motores del mundo y que de una manera u otra trataba siempre de introducir en sus obras, también como generadores de substancia artística. Los choques, no se sabe si debidos al amor o al odio, a ambas cosas o quizá a ninguna, son la base de la conducta autoorganizada de la estructura constituida por todos ellos. Sea lo que sea que hagan, amor o guerra, la actividad de los autofotóvoros toma forma en agrupaciones espontáneas con aspecto de racimo, condicionadas en última instancia por la posición del punto de luz, así como por las posiciones iniciales de cada elemento robótico. Si la concentración de luz cambia de lugar, la distribución espacial de los robots evoluciona hasta un nuevo punto de estabilidad, de manera similar a las que se producen cuando en plena calle la gente se agrupa por una u otra causa.
La fuente de luz principal es un foco motorizado. Lo controla un ordenador que ejecuta una aplicación basada en el empleo de una librería de herramientas para la visión artificial. La posición y los puntos de movimiento de los robots son inferidos a partir de la imagen de una cámara de infrarrojos estratégicamente situada. El algoritmo tiene en consideración especial las luces verdes y rojas que los autofotóvoros tienen en sus caras externas. Cuando la dispersión de la posición de los robots es alta, el foco permanece inmóvil a la espera de que los autofotóvoros vayan llegado. Por el contrario, cuando es baja, el foco se mueve al azar. De acuerdo a las características estructurales de la distribución de posiciones, la aplicación decide un nuevo punto donde centrar un área circular de iluminación. Se consigue así que las condiciones lumínicas del espacio de posibilidades de la actividad robótica se modifiquen y, con ello, que los robots se despisten, cesen sus enlazamientos y dejen de pelear o lo que sea que estén haciendo, para ponerse nuevamente a la búsqueda de la fuente de su estímulo preferido. De esta manera, por medio del control de la causa principal de litigio, el sistema se autoregula. Se trata de un sistema cibernético de primer orden que podría ser tomado como modelo elemental de conductas de agregación.
La información de la posición donde los movimientos de los robots tienen lugar alimenta dos algoritmos de generación de sonido. Uno es un filtro de convolución. El otro, un dispositivo típico de granulación. A esos objetos sonoros, que únicamente se materializan en el espacio de la sala a través de los altavoces y generan así una especie de entorno quasi-selvatico virtual, como las patas de los autofotóvoros levantan su cuerpo y lo dejan caer, se añaden los sonidos de sus choques contra el suelo. También, los rechinares de sus abrazos. Los datos de posición se emplean, además, en la deformación de dos superficies virtuales proyectadas en los extremos de la sala. En la superficie del terrario donde los autofotóvoros evolucionan hay dispuestos una serie de sensores piezoeléctricos. Cuando en su andar cancrizante y aparentemente descontrolado los robots caen sobre alguno de ellos, mutan las texturas proyectadas sobre las superficies virtuales. Igualmente lo hace la espacialización del sonido : la señal de la caída de un autofotóvoro sobre un sensor activa la variación de la distribución de los sonidos electrónicos en una matriz de ocho altavoces. Emerge a partir de todo ello una alegoría de la existencia de conductos entre lo material y lo inmaterial. Las ideas actúan en el mundo. El pensamiento se asienta sobre la materia y la transforma.