Fue en 1964, en la Union Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en la Habana, cuando por primera vez se escuchó música electroacústica de un compositor cubano. Era el estreno de "Música para Danza" de Juan Blanco, un bello contrapunto rítmico electrónico de cinco minutos y medio que había compuesto en 1961 tras largos años luchando y soñando con producir música con medios electrónicos : ya en 1942 había diseñado un instrumento de teclado en el que cada tecla ponía en marcha un magnetofón. El precio era prohibitivo, así que, por falta de medios, nunca llegó a ser construido. Sin embargo, Blanco se había avanzado en veinte años a los diseñadores del Mellotron, tan profusamente utilizado en los años sesenta por grupos pop como The Beatles, King Crimson, The Moody Blues,  Yes, Genesis... 

"Música para Danza" no fué la única que Juan Blanco compuso en ese año.  "Interludio con Máquinas" y "Ensemble V" también fueron compuestas en 1961.  Desde el principio, incluso antes de esas obras electroacústicas, también en sus polirrítmicos trabajos instrumentales,  la voluntad de relacionar sus producciones con el rico folcklore cubano es manifiesta.  sin embargo, no es el folcklore su única fuente de inspiración.  También lo es el paisaje sonoro y, en especial, el paisaje sonoro urbano, que a menudo utiliza como modelo para la organización de sus creaciones electroacústicas.  

Conocí a Juan a mediados de los años ochenta en Synthèse, Festival des Musiques Expérimentelles de Bourges, cuando estaba trabajando en la grabación de su primer LP, "Música Electroacústica". En esa publicación se recogen obras como "Tañidos", para cinta magnética sola, "Espacios II ", para guitarra y cinta magnética y "Cirkus-Toccata", una improvisación en vivo que los percusionistas Guillermo Barreto y Tata Güines realizaron sobre cinta magnética y con precisas indicaciones de tempo, estilo y métrica que previamente habían sido determinados  por el compositor. Recuerdo que en esa época, Juan acostumbraba a viajar acompañado de una máquina de escribir.  Decía que era aquél y no otro el instrumento clave de los compositores, ya que, para que las obras existieran y tomaran cuerpo al fin, convencer a la gente de la necesidad de realización de los proyectos se revelaba como la tarea más importante; y eso no era posible, decía, sino a través de la palabra, preferentemente, escrita. Y es que Juan, de quién luego supe había sido abogado en los años de Batista, no es sólo un músico, Es un intelectual y un poeta. Un hombre comprometido con sus ideas, que en los primeros años de revolución hizo de la música su medio de expresión más preciado. Sin embargo, nunca abandonó la palabra porque siempre tuvo cosas claras que decir. Continúa teniéndolas. Cautivado, como otros intelectuales, por la idea de una vanguardia  Cubana, fue el artífice de la mutación de la Sociedad Amadeo Roldán, que a partir de entonces se convirtió en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo y agrupó, además de músicos, a escritores y artistas de vanguardia.  No cabían ayudas al arte durante la dictadura del Coronel Batista, conocido, entre otras cosas, por sus paranoides sentimientos hacia intelectuales y sospechosos de ser comunisas, así que, muchas veces, Blanco pagó de su propio bolsillo la realización de conciertos, encuentros y todo tipo de actividades, a menudo prohibidas, ya que la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo fue obligada, en esos años de represión policial, a subsitir en la clandestinidad. Gracias al empeño de Juan Blanco, a menudo interrogado y encarcelado por continuar al frente de la organización, Nuestro Tiempo llegó a ser el colectivo cultural más importante del Renacimiento Cubano de mediados del Siglo XX. 

Tanto en las épocas de represión como en las de expansión de la libertad, como ocurriera en los primeros años de la Revolución Cubana, las actividades de Juan Blanco siempre tuvieron una clara vocación social, así como de independencia política. No sólo fue el creador del Festival de Varadero, que, tras la volatilización, a primeros de los noventa, de todas la ayudas soviéticas a Cuba, se reencarnó en 1998 en el Festival de Música Electroacústica de la Habana. A finales de los años setenta, ante el manifiesto desinterés por el arte verdaderamente experimental de la Administración Cubana -que nunca favoreció la entrada de la Música Electroacústica en el Instituto Superior de las Artes-, Juan Blanco, para quién los dispositivos electroacústicos habían representado la única forma de trascender el nacionalismo musical de la generación anterior -la de Alejandro  García Caturla y Amadeo Roldán, entre otros-, empeñado en transmitir la semilla de la experimentación musical, creó el Estudio de Musica Electroacústica del ICAP, que más adelante se reconvirtió para dar lugar al actual Laboratorio Nacional de Música Electroacústica.  Alli, de la mano de este luchador pionero, se formaron varias generaciones de compositores electroacústicos cuyos trabajos fueron a menudo reconocidos por premios internacionales, como por ejemplo, el Prix International de Musique Eléctroacoustique de Bourges y el International Rostrum of Electroacoustic Music, entre otros. 

Su talante crítico y contestatario nunca le ha abandonado. La mayoría de sus obras muestran esa personalidad profundamente crítica, casi nunca desprovista de sentido del humor, tan característica de Juan Blanco y que hace que todos le queramos tanto. Ejemplo paradigmático es la "Suite Erótica", que, basada en el "Cantar de los Cantares" del Rey Salomón, afronta sin tapujos la denuncia a las dictaduras a partir de la manipulación electroacústica de discursos de Adolf Hitler, a quién considera, éstas son sus palabras, "modelo e inspiración de todos los opresores actuales". Otras obras, realizadas en su computadora NeXT, que tantos trabajos le costara introducir en Cuba a causa del cruel e innecesario bloqueo estadounidense, son mucho más ásperas. Se trata de duras y fundamentadas críticas al sistema, ante las terribles dificultades a las que los cubanos han tenido que hacer frente desde principios de los noventa. Pienso en "Para Enterrar la Esperanza", "Cinco Epitafios", "Treno" y "Paisaje", entre otras. Sus últimas piezas, entre las que se encuentran "Microtonales", realizados e interpretados por él al Theremine que Robert Moog construyó hace unos pocos años, parecen volver a los comienzos, de naturaleza más especulativa pero nunca alejada de esa realidad que nos envuelve a los humanos y de la que Juan siempre ha sido consciente, respetuoso y gran conocedor.

Por su honradez artística, así como por su profunda humanidad y talante esencialmente ético, Juan Blanco fue elegido representante del Consejo Nacional de la Música ante el Consejo Internacional de la Música de la UNESCO. Fue también, hasta que, debido a la falta de ayudas, no pudo viajar con la necesaria asiduidad, miembro de la Junta Directiva de la Confederación Internacional de Música Electroacústica del Consejo Internacional de la Música de la UNESCO. Durante el Festival de Música Electroacústica de la Habana, en el año 2000, tuve el honor de pedirle que aceptara ser Miembro de Honor de esa última entidad. Me sentí tremendamente feliz cuando aceptó, porque era imprescindible que Juan, que ha sido modelo de coherencia, tanto para las generaciones posteriores, como para sus compañeros de lucha, fuera públicamente reconocido como tal, no sólo por ellos, sino también por toda la comunidad internacional. 

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