La idea de arte sonoro me remite siempre a la música. Ello somete mi mente a dos campos de tensión que actúan de manera combinada. Si bien muy poca música me merece el calificativo de arte, también percibo claramente que no pueden ser llamadas música muchas de las expresiones artísticas fundamentadas en el pensamiento sobre los asuntos del sonido.

El primer campo de tensión, el relativo a la condición empobrecedora de la música como dominio de acción prototípico de las industrias culturales, constantemente me sitúa frente a la existencia de un conjunto de producciones cuya finalidad principal consiste en alimentar una maquinaria económica que se pretende al margen de los hechos creativos. En el proceso de su concepción se acostumbra a tener en consideración argumentaciones acerca de lo que, desde el punto de vista del equipo creador, el consumidor quiere y lo que no quiere. Muchas industrias culturales emplean este tipo de ideas vagas para justificar sus producciones. Por ejemplo, la televisión o la radio. En esos mundos, uno siempre se encuentra con alguien que se siente en la necesidad de recurrir a lo que el público espera o no espera. En general, mi sentir es que se trata de racionalizaciones en el más estricto sentido psicoanalítico, es decir, razones imaginarias, no necesariamente fundamentadas en hechos reales, justificativas de las propias percepciones que llevan a actuar en uno u otro sentido. Vaya Ud. a saber lo que el público estaría o no dispuesto a metabolizar. Eso es algo del orden de conocer el futuro. Cuando aparecieron los primeros teléfonos móviles, aquéllos que necesitaban la batería del coche para funcionar y costaban una millonada, ¿cuántos previeron que al cabo de bien poco todos íbamos a vernos en la necesidad de emplear uno como prótesis mental? 

Vinculado a la vertiente artística de la música que estoy considerando, hace unos años se da un fenómeno que me resulta curioso. Lo conocemos todos. Se trata del empleo del término arte sonoro para designar cosas que en su esencia son claramente música, independientemente de su valor como pieza artística. Entre los que acostumbran a manifestarse así, muchos son dijéis y músicos que dicen hacer música electrónica. Ahora resulta que muchos de ellos hacen arte sonoro. Lo dicen, pero no especifican demasiado por qué con esa denominación se apartan de la música. ¿No dan conciertos los dijeis y los músicos electrónicos? En particular, los actuales dijeis ya no son aquellos personajes que se situaban en un rincón a poner discos para amenizar las fiestas.  Desde hace años, la figura del dijei construye su discurso a base de sonidos con la misma técnica que emplearía un compositor de música concreta, con la diferencia de que aquél lleva a cabo su tarea ante un público y subido a un escenario del que ocupa la parte central. ¿Por qué llamar arte sonoro a eso si es una manifestación más de los hechos musicales? ¿Qué diferencia un dijei o un músico electrónico de un músico electroacústico que hace live electronics? ¿Y de un solista que se sirve de un instrumento musical tradicional? Los primeros son (o mejor, parecen considerarse) más modernos que los segundos. Mucha modernidad consiste, sea dicho de paso, en parecer más nuevo y eso se consigue contribuyendo al olvido de los referentes. La apariencia sustituye a la realidad, como tantos han hecho notar ya. Pero, ¿da igual? Es decir : ¿hay diferencia entre el hecho de que las cosas sean reales y el de que lo parezcan?

El segundo campo de tensión, el condicionado por la existencia de productos artísticos sonoros que no son música ni la contienen, genera igualmente en mi perplejidades. Es una cuestión de grandes números. Por supuesto que existen contraejemplos puntuales que  podrían ser aducidos en contra de mi planteamiento, pero nunca como ahora las distribuciones generales de los hechos fueron tan importantes ni las particularidades  tan irrelevantes. Mi perplejidad más notoria proviene de constatar la gran desinformación de la mayoría de artistas sonoros no musicales acerca de los descubrimientos que en los campos de investigación actual del arte sonoro no musical fueron planteados ya en el siglo pasado desde perspectivas musicales. No he escuchado jamás una obra de arte sonoro no musical cuyo discurso me parezca tener nivel de sofisticación y complejidad del material sonoro comparable al de las obras musicales más desarrolladas.

En general, siento que hace falta más reflexión acerca del sonido mismo y las maneras y métodos con los que debe ser presentado para que las sutilezas de sus formas puedan ser percibidas. No es ésta una cuestión técnica. Es ética y es estética. Es asunto de artistas y no de pura técnica y concierne la recuperación del carácter técnico del arte,  desde la perspectiva de la reflexión de alto nivel que tanto le ha costado alcanzar

Demasiado frecuentemente recibo noticias de trabajos de arte sonoro, musical y no musical, que plantean viejas cuestiones sin aportar nada realmente nuevo. Caminamos en el vacío sin avanzar. De escuchar únicamente esas voces, las más numerosas, diríase que las vanguardias del pasado descubrieron todo lo que puede ser considerado digno de ser descubierto y que los artistas que así actúan reivindican como arte la experimentación por uno mismo de lo que ya fue experimentado por otros con anterioridad. ¿Pero no era eso aprendizaje? ¿No hay nada verdaderamente nuevo que descubrir al mundo en arte sonoro? ¿Vamos a terminar convirtiendo el arte sonoro en género y a la larga en industria cultural? Necesitamos más investigación artística libre, llegar más lejos, más conocimiento, más diálogo, más crítica responsable, pero sobretodo, más escucha, más profundidad, más sutileza.

Arte sonoro será y no será música. Arte sonoro será y no será otra cosa distinta. Lo que  para mí es seguro e indiscutible es que el arte sonoro va más allá de la sala de conciertos y requiere una nueva actitud de escucha, tanto en quienes lo crean, los artistas, como en los posibles receptores, sus oyentes, sus gozantes.

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