El equilibrio de los sistemas biológicos se basa en las propiedades plásticas del caos. Si no fueran caóticos y pudiéramos deducir los estados instantáneos de su comportamiento sólo de la relación entre dos estados anteriores independientemente de cuáles se tratara, entonces, a causa de la rigidez de tal condición, las posibilidades de recuperación en caso de agresión serían insuficientes y pronto, con esta incapacidad, característica de muchos estados patológicos, llegaría el colapso. Los intercambios metabólicos se detendrían. El corazón latiría a un ritmo inmutable. Sin otras opciones que mantenerse así para siempre o parar, en cualquier momento sufriría una parada. Las redes de neuronas serían incapaces de superar los estados de sincronización excesiva y se bloquearían : darían paso a crisis epilépticas; tal vez al autismo.

Las patologías y sus síntomas, más que manifestaciones del caos, lo son de disfunciones de su gestión. Nunca ha sido rítmicamente estable ni previsible el canto de insectos y batracios. Menos aún el de las aves, por no hablar de los mamíferos. El caos y la complejidad están por todas partes. Sin ellos, la sensación sonora rápidamente devendría un silbido infinito e inmutable. Muchos han experimentado alguna vez un silbido, a veces acompañado de una pérdida transitoria de capacidad auditiva. En la mayor parte de casos, el oído se recupera al cabo de unos segundos, a veces, minutos. Es la forma benigna de estas sensaciones. Otras tienen el poder de alterar profundamente la vida la vida de quienes las experimentan. Aparecen de muchas maneras y por causas muy diversas : tras un episodio traumático, una enfermedad o un concierto donde el sonido era demasiado fuerte, pero no siempre existen antecedentes claros. Si no son alucinaciones, entonces los sonidos fantasmas son acúfenos. Hay una diferencia importante : los acúfenos no tienen significado, las alucinaciones, sí. Entre unas y otros se halla el dominio borroso de los acoasmas, que no son palabras ni voces, sino sonidos, como crujidos, roces, pasos, truenos, ladridos, aullidos y otros objetos sonoros menos definibles y en el lindar de la significación. Acúfeno es un neologismo que a un tiempo viene de ἀκούω (akou, raíz de oír) i de φαίνω (phaino, raíz de aparecer). Empleado por primera vez en los años cuarenta del siglo XX para designar las sensaciones sonoras experimentadas en ausencia de estímulos externos, el término apunta a fenómenos auditivos aberrantes o eventos extraordinarios consistentes en percepciones sonoras internas que, a pesar de no tener sentido real, ocupan involuntariamente la consciencia. Los romanos llamaban a esta molestia tinnitus (de tínnere, timbrar, dar color a la voz, tañer la campana). La palabra aparece en los textos de Plinio el Viejo para hacer referencia a esta sensación y la literatura científica anglosajona la adopta pasada la primera mitad del siglo XX. Acúfeno y tinnitus dan nombre a la misma experiencia.

Los afectados sienten susurros, silbidos, tic-tacs, explosiones, pitidos, chirridos, vibraciones graves, campanas, campanillas y aún otras formas sonoras de precisión más difícil. Cuando no existe una forma natural o artificial por la que el sonido en cuestión no puede ser experimentado por otras personas, entonces se trata de acúfenos neurosensoriales. Son los más corrientes, pero también los más preocupantes e insidiosos, dado que las causas no son evidentes, especialmente para el entorno de quien los sufre. Derivan de disfunciones del sistema auditivo resultantes de hiperactividad anómala y de reorganizaciones funcionales patológicas de estructuras o vías auditivas. La génesis está tanto en la mecánica del aparato auditivo como en las vías nerviosas que conducen las señales sonoras a la conciencia. Siempre interna, su naturaleza no es únicamente acústica o eléctrica. Estructural, también, se halla más allá del oído, de los nervios cocleares, incluso de los núcleos cerebrales de la base encefálica : en una condición de actividad excesiva de los receptores periféricos, el córtex auditivo se reordena a causa de la excitación excesiva de los neurotransmisores sobre las neuronas. Tal estado, interpretable como una “epilepsia auditiva”, es otro ejemplo de fallo de la gestión del caos en un sistema biológico.

Sea como sea, un día, quien los sufre toma definitivamente consciencia de una anomalía preocupante : oye algo que nadie más oye. Tanto si a lo largo de la vida se ha sido especialmente sensible a los sonidos como si no, la aparición más o menos abrupta de un objeto sonoro del que nunca más será posible liberarse y con el que, por más esfuerzos que haga, no encontrará la forma de establecer con ellos un correlato visual ni determinar la causa, es, en el primer momento, inquietante y, siendo fácil vivirlo como una señal de alarma, con el tiempo, la experiencia corre el riesgo de ser motivo de angustia. El tinnitus es una percepción sonora compleja; un fenómeno psicosensorial detectado por el córtex auditivo y hecho consciente. El sistema nervioso, que no tiene forma de saber si efectivamente lo es o no, lo trata como un sonido exactamente igual a los otros, lo analiza, lo interpreta y lo procesa sin considerar los motivos ni el contexto.

Uno de los aspectos más irritantes es la persistencia. Todo el aparato auditivo está relacionado -el oído externo e interno, las áreas cerebrales y las neuronas específicas que analizan las señales sonoras-, pero también el sistema emocional. A pesar de la ausencia de relación con las señales del mundo exterior, los afectados buscan el origen en su entorno habitual. Al cabo de poco, sin embargo, al verse obligados a concluir que la razón de la molestia es interna, la incapacidad de compartir las preocupaciones genera rápidamente sentimientos de incomprensión y frustración, estados de desinterés social, incluso conductas claras de aislamiento y reclusión social. Un acúfeno suficientemente fuerte y prolongado es capaz de provocar malestar, ansiedad, irritabilidad, depresión, pérdida de concentración y de memoria, ira, tensión y otros estados reactivos que terminan afectando a la percepción del propio acúfeno. Además, la vulnerabilidad personal al estrés es asociable al grado de sufrimiento : como en todas las molestias, la intensidad con la que se percibe no sólo se debe a los detalles objetivos del estímulo, como son la intensidad o el tipo de sonido, sino también las condiciones personales individuales. La atención obsesiva a los cambios corporales, la depresión y la ansiedad contribuyen especialmente en la pervivencia a largo término de los acúfenos. Los detalles particulares de esta relación podrían explicar como es que mientras unos llegan a considerarlos una señal de peligro, otros los toleran. Quien no se siente amenazado por los acúfenos tiende a considerarlos un comportamiento natural sin consecuencias para la salud, de manera que se distrae fácilmente. La ausencia de tensión mental asociable al fenómeno contribuye en su regulación y, a veces, en la desaparición. Pero si no es así, la ansiedad creciente y el miedo al colapso psíquico pueden desencadenar más preocupación que el trastorno en sí. Cuando el ruido se hace intolerable y la preocupación constante deviene el foco principal de atención consciente, el empeoramiento de la percepción del acúfeno muy probablemente determine un incremento efectivo de su intensidad real. Asistimos así a la emergencia de un círculo vicioso; una realimentación positiva que satura los procesos reguladores de los sistemas caóticos psicoacústicos y mentales hasta comprometer el equilibrio y las capacidad de recuperación de sus funcionalidades.

Muchos afectados evitan el silencio porque, al disminuir el nivel sonoro, la molestia aumenta. Su hiperexcitacibilidad nos recuerda un hecho a menudo olvidado pero esencial, al que John Cage dedicó reflexiones importantes. Creía alguien que el silencio existía? Como el vacío y el cero absoluto, es un límite inalcanzable. En aislamiento sonoro completo, siempre se oye algo : además del latido del corazón, un sonido grave y otro muy agudo. La ausencia de sonido no detiene el flujo sanguíneo ni la actividad del sistema auditivo. Estamos vivos. No sería así sin caos ni ruido.

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